T'estimo 💖❤️
Las diferencias del querer y otras cuestiones
Atención que lo voy a soltar. ¿Estáis listos? Pues… allá va. Ya soy filólogo. Pasa tan rápido el tiempo que cuesta creerlo. El mes pasado defendí mi trabajo final de carrera y me alegró comprobar que no solo gustó a un público no necesariamente interesado en el lenguaje académico, sino que el tribunal también lo valoró. Se cierra así otro capítulo que hace a este mes de junio distinto al de otros años. Pese a las temperaturas anómalas para estas fechas, la llegada del verano siempre implica subirse a trenes con sabor a reencuentros. Los primeros días en Algeciras cuesta acostumbrarse a otra cama y a hábitos distintos. Acompaño a mi madre al supermercado y la oigo ponerse al día con una conocida a la que no veía desde hacía tiempo. “¿Y qué tal tu hijo el pequeño?”, pregunta la mujer. “Pues mira, justo acaba de llegar de Madrid que ha terminado ya su tercera carrera”. Lo dice sin reproches, orgullosa porque me conoce y sabe lo que hay detrás (aclaración: ¡vengo de un doble grado en periodismo y comunicación audiovisual!), pero yo me mantengo apartado y asiento tímidamente porque intuyo cierto poso de tristeza que interpreto como un fracaso. No sé si mío o del sistema. Tantos años para acabar en el mismo punto de partida.
Por las calles de este pueblo -voy a permitir llamarlo así aunque tenga más de 120.000 habitantes porque es justo como lo siento- identifico caras venidas de otro tiempo. Profesores que me dieron clase en el instituto o compañeros que han perdido sus facciones adolescentes y ahora apenas parecen bosquejos sin definición, hechos a vuelapluma desde algún rincón de la memoria. Todos tienen sus vidas, pero yo soy el que se fue a Madrid con un futuro prometedor y ha quedado reducido a un verso suelto del que quizás alguien pregunta de soslayo en alguna conversación informal. Ese tiempo detenido que te golpea con toda su virulencia cuando vuelves a casa se ha explorado en la ficción con obras que te hacen sentir menos incomprendido cuando cae la noche con sus demonios bajo la almohada. Night in the Woods fue un ancla cuando estuve perdido en uno de los veranos más duros de mi vida. Pero hay otras igual de interesantes. La última que ha pasado por mis manos y que me ha hecho sentir la misma punzada al reconocerme entre sus páginas es la novela La Mancha de Enrique Aparicio. Es la primera que publica y eso siempre supone un acontecimiento especial porque en en ella se entremezclan cuestiones que de un modo u otro son coordenadas vitales para el autor.
Aparicio escribe sobre temas que para quienes hemos sido seguidores del podcast ¿Puedo Hablar! nos resultan familiares, pero no por ello son menos determinantes: la juventud arrebatada, el desarrollo de nuestra identidad queer, la angustia de una generación que soñamos con un futuro siempre a la expectativa... incluso puedo rastrear parte de esa vergüenza de clase que tan bien reflejaron otros autores como Didier Eribon en Regreso a Reims. Pero, sin duda, cuando da en la diana es cuando apunta directamente a esas personas LGTBI que, como el protagonista del libro, nos hemos criado en pueblos y ciudades a la periferia. La huida se percibe como un exilio autoimpuesto al que siempre sigue el desgarro del regreso:
«Creo que no respiré con plena capacidad pulmonar hasta que salí de aquí y creo que no podré hacerlo de nuevo hasta que me vaya. No es solo ser maricón, tiene que haber algo más. Miro a la gente del pueblo y está tranquila, vive tranquila. Qué abismo invisible me separa a mí de esa serenidad, qué estoy haciendo o dejando de hacer para no alcanzar nunca esa satisfacción con el hecho de existir. De dónde sale esta mancha que llevo en la frente; por qué parece que la inscribo a mayor profundidad cuando trato de borrarla. Todas las vidas me parecen fáciles menos la mía. Todas las personas me parecen preparadas para el mundo menos yo. Si uno se ha hecho mayor con la certeza de que no está en su sitio, siempre conservará la duda».
Paso los primeros días del verano tratando de adaptarme a una nueva rutina impuesta por la falta de asideros en una ciudad de la que no queda nada ni nadie, pero a la que siempre vuelvo. Por más lejos que huyas, el billete de vuelta es un recordatorio de que la vida fuera es una entelequia, un embrujo que se deshace cuando pongo un pie aquí. No soy una persona especialmente extrovertida, pero las largas temporadas que paso entre las paredes de mi habitación se parecen demasiado a un encierro clerical. Durante los próximos meses no habrá otras vistas que las de cada rincón de esta casa, rodeado de libros y cuantos escapismos sea capaz de encontrar. Y, pese a todo, habrá quien se pregunte: ¿por qué? ¿por qué el retorno? Tal vez porque no encuentro alternativas mejores. Mi esperanza es resquebrajar el muro, encontrar alguna grieta por la que asome otro mañana distinto, más luminoso.
Sé que soy experto en hacer malabares con el lenguaje, pero ayuda. De verdad que ayuda. Es esa obsesión por las palabras la que me hace reflexionar sobre el uso que hacemos de ellas. En el libro La lingüística del amor, veintidós especialistas en campos como la neurolingüística, la sociología o la filología, abordan cómo construimos las relaciones sexo-afectivas a través de la manera que tenemos de comunicarnos. Ya os hablé un poco de él cuando me lo compré en la Feria del libro del año pasado, pero vuelvo a mencionarlo porque, pese a su carácter multidisciplinar y transversal, deja fuera muchos aspectos que bien merecieran un segundo volumen.
Es lo que sucede, por ejemplo, con el catalán. Que me perdonen los catalanoparlantes porque mi única referencia es una asignatura en la universidad y mis lecciones diarias en Duolingo, pero debo confesar que siempre me ha parecido fascinante el verbo estimar. “Julia, t’estimo” escuchamos de labios de un chico a la que es su pareja sentimental, pero también le decimos “'t’estimo molt” a esa amiga que nunca nos falta cuando la necesitamos. La ambivalencia del verbo rompe con la hegemonía del insípido te quiero en español, el cual denota posesión para un sentimiento que no conoce dueño ni cadenas. Estimar es distinto. Incluso la palabra en nuestro idioma, con otro sentido, mantiene su belleza. Tienes en estima a alguien que aprecias, por quien sientes un tipo de afecto que tal vez no es necesario etiquetar en términos románticos. Ya sea con una intención u otra, desde la primera vez que lo escuché no pude dejar de pensar en lo hermoso que resulta y lo mucho que necesitamos decirlo a amigos, familiares, parejas… «Estimar-te com la terra que fa viure els cirerers» que canta el grupo Ginestà.
Y sobre el querer y el querernos a nosotros mismos necesito comentar una de las películas más alucinantes de este año. Supe de la existencia de I Saw the TV Glow hace un tiempo cuando se anunció que Caroline Polachek iba a participar en su banda sonora con una canción original. Starburned and Unkissed es una poderosísima balada en la que Caroline lanza un grito desesperado en su estribillo («my heart's a ghost limb reaching / starburned and unkissеd») por la frustración y soledad de una relación imposible. Pocas veces sucede que apagues el televisor y te quedes roto con la mirada puesta en ese reflejo distorsionado de la pantalla apagada.
La historia sigue los pasos de dos jóvenes que comparten su amor por una serie de televisión que ven los sábados por la noche hasta que un día, misteriosamente, se cancela. Con el tiempo, se distancian hasta perder el contacto, pero cuando se reencuentran unos años más tarde comenzarán a aflorar recuerdos sobre aquellos fines de semana que pasaban frente a la televisión. ¿Y si lo que vivieron fue algo único y especial? ¿De qué forma aquella ficción fue una experiencia liberadora que les permitió verse a sí mismos como nunca lo habían hecho? La directora de la película, Jane Schoenbrun, construye una alegoría basada en su experiencia como persona trans, aunque su mensaje es tan amplio y potente que permea otros aspectos con los que cualquiera se sentirá identificado. No me extraña que la productora A24 esté detrás del proyecto porque reúne todos los ingredientes para convertirse en una cinta de culto con el paso de los años. Hay algo transformador en las historias que nos invitar a mirar dentro de nosotros, a hacernos preguntas que de otro modo sería imposible imaginar. Escribo estas líneas emocionado porque yo también tengo esas series, películas y libros que fueron iniciáticas en mi viaje personal. Algunas incluso me salvaron la vida. Literalmente.
- Do you like girls? Boys?
- I don't know. I think that I like TV shows.
Como muchas otras personas me ha tocado crecer en una familia desestructurada. De mi infancia y adolescencia conservo muchos recuerdos bonitos, pero también discusiones y gritos casi a diario. Mi momento favorito del día llegaba después de cenar cuando nos sentábamos en el sofá y veíamos una película, la que fuese. Durante las siguientes dos horas permanecíamos atentos a la pantalla, paralizados por lo que ocurría al otro lado, y, si era lo suficientemente buena, la conversación incluso podía prolongarse durante la comida del día siguiente antes de volver a los reproches. Era nuestro pequeño ritual que mantuvimos durante años. A veces la cinta la escogía mi madre, otras mi padre y, en ocasiones, lo dejábamos en manos de la parrilla televisiva. Cuando crecí e Internet apareció en mi vida, el testigo de tan importante misión empezó a recaer sobre mí.
Tendría 14 o 15 años cuando en un foro leí el comentario de un chico que hablaba sobre una cinta llamada The Rocky Horror Picture Show. Me la descargué y preparé todo para verla con mis padres sin saber de qué iba. En cuanto apareció aquella criatura del doctor Frank-N-Furter de cuerpo apolíneo con apenas unos apretados calzoncillos dorados yo quería morirme de vergüenza. Estaba tan colorado que no sabía dónde meterme. Intentaba disimular como podía mientras con el rabillo del ojo buscaba la reacción de mis padres, quienes por suerte se habían quedado dormidos. Aquellos personajes ahora me miraban solo a mí y sabían algo que yo ya comenzaba a intuir. Era nuestro secreto. Yo seguí viendo la película hasta los créditos finales sin que nadie supiese realmente lo que estaba sucediendo en aquella sala de estar. Ya de mayor sigo recordando todas esas noches en familia reunidos alrededor del televisor, pero especialmente aquel visionado de Rocky Horror en el que sentí una poderosa llamada mientras rezaba para que mis padres no se despertaran.
Con I Saw the TV Glow vuelvo a esos días y me digo lo importante que es la ficción para los raritos que buscamos en espejos alguien que también ame, que grite, que se estremezca, que sueñe como nosotros.
Cuidaos mucho. Un abrazo,
Sergio ❤️





T'estimo molt es uno de mis biggest triggers, por aquello de que el valenciano y el catalán se parecen. En su día me encantaba pero a día de hoy sé que no significaba nada, fue un espejismo del amor que ahora siento, aunque sea como a ti pasa muy lejos de casa (menudo pareado tonto me ha salido aquí) aun así me ha encantado leerte por aquí y en tu TFG (y hacernos amigos hasta en Duolingo jaja). Tienes que estar muy orgulloso Sergio ya no solo en lo académico que ya sabes que te admiro sino en las experiencias. Las vidas que ves pueden parecer fáciles pero ¿pueden decir todo lo que tu has vivido? Lo dudo. Es mejor lo difícil y retador. Y sobre todo ser feliz, estés donde estés. Un abrazo, Sofía